15.11.13

Deliciosas, naturales, saludables, pero casi prohibitivas



Una de las mejores anécdotas de este viaje tuvo lugar en el Mercado Municipal de San Pablo. Era nuestra primera visita y estábamos fascinados por todo lo que veíamos: especias, carnes, frutas, comida, bebidas, gente y más gente. Enseguida quedamos deslumbrados por el movimiento propio del mercado.
 
Vista de la muchedumbre que visita el Mercado

Después de transitarlo varias veces, aprovechamos para comer algo típico, para luego seguir dando vueltas mirando cada detalle hasta detenernos ante un puesto de frutas. Habíamos sido acosados por los comerciantes de frutas desde que habíamos entrado. Como en cualquier comercio donde quieren vender, los vendedores te llaman a los gritos, se te paran enfrente o te aproximan alguna fruta para que pruebes. En este caso, un chico de veinte y pico se nos acercó con una fruta peluda cortada al medio para que la degustáramos. 

Frutería

Como ya habíamos comido, no pudimos resistir la tentación de saborear algo dulce en la boca. Ya situados frente a todas las frutas que vendían, el vendedor nos fue dando diferentes frutos: goiaba, maracuyá, dekopon, ciruela, ananá, rambután (nombre de la fruta peluda), caqui, higo, pitaya, frutilla y alguna más que me debo estar olvidando. Después de semejante desfile de frutas, algunas que jamás habían visto nuestros ojos, le empezamos a decir cuáles queríamos llevar y el frutero iba separando todo en una bandejita. Yo le decía: dos de esta, dos de aquella, hasta que le dijimos que eso era todo lo que íbamos a llevar.

Contentos por haber probado tantas frutas, esperamos a que el chico haga las cuentas en la parte de atrás de una bandeja. 

Gente y más gente

En esos segundos que dura algo, miré los carteles y a la multitud que pasaba, hasta que me desveló la voz del vendedor diciéndonos que lo que queríamos llevar nos iba a salir 185 reales, algo así como 500 pesos argentinos. Creo que pocas veces abrí la boca y los ojos de esa manera. Sencillamente no sabía dónde meterme. Acto seguido lo miré a mi novio y le dijimos al mismo tiempo que no podía ser. El chico, medio desconcertado por nuestra reacción, nos empezó a mostrar todos los carteles de las frutas que tenían sus precios por 100 gramos, algo que yo había mal interpretado y pensé que los valores eran por kilo. 

¡185 reales!

Yo quería salir corriendo del mercado pero algo íbamos a tener que llevar porque nos habíamos comido como 10 frutas en la degustación. Después de algunas idas y vueltas de palabras y gestos, nos hizo un combo de frutitas y las llevamos por R$20. Lo terrible de esto es que muchas de esas frutas las venden en los supermercados a precios increíblemente más bajos que ahí. Y nosotros pensábamos que el mercado era un lugar para proveerse de frutas. ¡Ilusos!



Todas nuestras compras

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Un mal momento, pero una de las mejores anécdotas del viaje

Romina Marconi dijo...

Es cierto... y lo mejor de todo es que probamos un montón de frutas raras.